Viva el futbolín por Tomás Marín

            “¡Viva el futbolín!”, reza una de las canciones más populares del grupo vallecano Ska-P. Cuando yo era pequeño, recuerdo que iba, con mi familia, a casa de mi tía abuela, una casa preciosa ubicada en la montaña de Caracas que, además de unas vistas realmente preciosas, tenía, en uno de sus salones, un auténtico futbolín. Mi hermana y yo, junto a mi padre, nos divertíamos muchísimo girando palancas e intentando hacer goles. Tristemente, la época dorada de los futbolines, como entretenimiento infaltable de los bares y de las tascas de Madrid, pareciese que ha pasado. Sin embargo, si sabemos buscar, podemos encontrar aún futbolines en Madrid. El último que jugué fue el que está ubicado en una sala medio apartada del hermoso bowling de Chamartín, al norte de la ciudad.

            Es cierto que todos los madrileños, hombres y mujeres, chicas y chicos, ricos y pobres (aunque, sin duda alguna, habrá alguna excepción) han jugado, al menos una vez para experimentar, al sano entretenimiento del futbolín. Y lo cierto es que este ingenioso y emocionante juego, que ha proporcionado mucha diversión a los madrileños y a los españoles, tiene una historia realmente fascinante y conmovedora. ¿Pero cómo, dónde y por qué se inventó el futbolín? ¿Cómo llegó a ser tan popular?

            Si le preguntásemos a un alemán, con su porte alto, su pelo rubio y su semblante generalmente serio, nos diría que el futbolín se inventó en Alemania en los tragicómicos años 20. Cuando consultamos con algunos libros de historia, éstos nos dicen que ya existían juegos que, aunque no eran futbolines como tal, se asemejaban mucho desde principios del siglo XX. Dar una fecha precisa a la creación del futbolín es una tarea compleja.

            Pero, sin duda alguna, el país en el que el futbolín obtuvo muchas de sus más grandes glorias fue, precisamente, España, nación aficionada al fútbol como ninguna, que tiene la mejor liga del mundo (De las últimas diez ediciones de la Champions League, el torneo de clubes más importante de Europa, siete han concluido con un campeón español). Y eso sin mencionar la copa del mundo obtenida por la selección de mayores en el mundial de Sudáfrica 2010. Pero volviendo al futbolín, es muy probable (por no decir seguro) que el futbolín, tal como lo conocemos, se haya inventado en España, y vamos a contar esta historia que, sin duda, os fascinará tanto como a nosotros.

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            La historia del futbolín está estrechamente ligada a la historia de la terrible y dantesca Guerra Civil Española, el episodio (y nunca nos cansamos de recalcarlo y de repetirlo) más terrible de toda la historia de la nación ibérica. Pero, antes de llegar a este punto, y a la historia de cómo fue creado el futbolín, es elemental indagar un poco en la vida del que fue su creador, un gallego cuya vida pareciese sacada de una novela de aventuras.

            Este protagonista tiene el nombre de Alejandro Campos Ramírez. Alejandro pertenecía a una familia numerosa (Alejandro tenía nueve hermanos) y muy trabajadora. Alejandro, desde pequeño, fue un lector muy aplicado. Su padre regentaba una pequeña zapatería que no quedaba muy lejos de la casa en la que la familia vivía. Alejandro había nacido en la hermosa localidad de Finisterre (o Fisterra en castellano), lugar en donde su familia vivía y que es uno de los puntos más mágicos de Galicia y de Europa.

            Como a su padre le iba bastante bien con el negocio de la confección y reparación de calzado, éste envió a Alejandro, a fin y al cabo un niño bastante estudioso, a hacer su bachillerato en la ciudad de Madrid. Alejandro estaba fascinado con las grandes bellezas arquitectónicas y culturales que la capital ofrecía. La mala noticia llegó cuando, a causa de la mala situación económica que atravesaba España para esos momentos, la zapatería de su padre llegó a su fin. ¿Cómo podría hacer el joven Alejandro para continuar costeando sus estudios de bachillerato en un colegio privado?

            Pero lo que el joven Alejandro tenía de inteligente, de aplicado, de lector y estudioso, también lo tenía de trabajador. Alejandro no se rendiría tan fácil. Como ya su padre no podía costear sus estudios, Alejandro encontró trabajo como albañil y como asistente en una pequeña imprenta madrileña. Con lo que ganaba, se costeaba los estudios, la comida y hasta enviaba un pequeño sobrante con el que ayudaba a su familia en Galicia.

            Y fue precisamente trabajando en esta imprenta en donde Alejandro conoció a León Felipe. León Felipe era un gran poeta zamorano. Es considerado como uno de los poetas más valiosos que ha tenido España en los últimos tiempos, tanto así que su nombre se suele incluir en la famosa lista de la llamada Generación del 27, grupo de escritores, poetas, artistas e intelectuales entre los que encontramos nombres tan sonoros como Federico García Lorca o Miguel Hernández.

            El hecho es que León Felipe y Alejandro se hicieron amigos cercanos, tanto así que fundaron un periódico de tendencias izquierdistas (Cuyo nombre era “Paso a la Juventud). En este periódico publicaban sus poemas y, además, publicaban artículos de contenido político. En este periódico, Alejandro decidió utilizar una especie de seudónimo que hiciera homenaje a su tierra y a la de su familia. A razón de esto comenzó a firmar los artículos con el nombre con el que pasaría a la fama: Alejandro Finisterre.

            A pesar de haber trabajado en tantas cosas, de escribir poesía y artículos y hasta de haber fundado un periódico, Alejandro Finisterre contaba apenas con 17 años. Era el año de 1936. España estaba en una tensión nunca antes vista. Soplaban tiempos de combate, literalmente. Con 17 años, y estando en Madrid, Alejandro fue testigo del inicio de la feroz Guerra Civil. Este suceso le cambiaría la vida, como se la cambió a millones de españoles.

            En el transcurso de la terrible Guerra Civil Española, que se saldó con un dantesco número de muertos, Madrid se vio visiblemente afectada. Los sublevados (el bando del General Franco) buscaban tomar el control de la capital, por lo que decidieron bombardear la ciudad.

            Alejandro Finisterre, que, recordemos, estaba viviendo en Madrid, ya que había ido a estudiar allí su bachillerato, cuando estalló la terrible Guerra Civil, observó y vivió uno de los bombardeos en carne propia. De hecho, uno de los edificios atacados, que no soportó el impacto de los explosivos, se derrumbó prácticamente sobre él, sepultándolo entre los escombros. Tuvo Alejandro Finisterre mucha suerte de haber sobrevivido, suerte con la que no contaron otros madrileños más desdichados.

            Alejandro Finisterre, además, tuvo la fortuna de que fue rescatado de los escombros por los servicios de primeros auxilios. En Madrid se le dieron las primeras atenciones. Luego fue llevado a Valencia, en donde permaneció un breve tiempo. Finalmente, Finisterre fue llevado a una suerte de pequeño hospital cerca de la preciosa ciudad de Barcelona. Este hospital, al igual que sucedía con muchos otros, era un tanto hecho a la carrera por prisas de la guerra. Y éste, en específico, se especializaba en personas heridas y mutiladas por la guerra, sobre todo niños y ancianos.

            Mientras estuvo en proceso de recuperación, y, por ende, con mucho tiempo libre, Finisterre ya no sabía qué inventarse para pasar las interminables tardes de aburrimiento. Por fortuna, su recuperación no tuvo grandes dificultades (aunque a Alejandro Finisterre siempre le quedaría una pequeña cojera producto del impacto de los escombros). Mientras estuvo en el hospital, se puso a improvisar pequeños inventos prácticos. Uno de los más célebres fue un pasapáginas que, mediante mecánica accionada por un pedal, pasaba las hojas de las partituras de música que una de las enfermeras utilizaba para, con un piano, tocar hermosa música que servía de entretenimiento para los pacientes.

           Pasó el tiempo y la recuperación de Finisterre siguió viento en popa. Recordemos que Finisterre aún era un chico. No llegaba aún a los veinte años cuando había vivido todo lo que había vivido y hecho todo lo que había hecho. Como siempre fue una persona realmente estudiosa, se le encomendó (se le pidió) ayudar a sus otros compañeros de hospital, casi todos niños o jóvenes menores que él, con su educación. Alejandro preparaba clases improvisadas sobre temas matemáticos y humanistas.

            Alejandro se esforzaba en hacer buenas clases, además de hacerlas atractivas. El gran problema era que la mayoría de los niños y los jóvenes del hospital (también recuperándose de las heridas) no estaban realmente interesados en las asignaturas que impartía Alejandro Finisterre. No estaban interesados en los libros, ni en la historia de una España que parecía romperse a pedazos a medida que avanzaba la guerra. No estaban interesados en las matemáticas ni en la filosofía.

            ¿Y qué les interesaba, entonces, a los niños que estaban recuperándose en aquel hospital en el que estaba ingresado Alejandro Finisterre? Lo mismo que sucede con muchos españoles, niños, jóvenes, adultos y ancianos en la actualidad. El mayor interés que tenían aquellos niños era el fútbol. Casi todo el día se la pasaban hablando de fútbol, de los jugadores del momento, de los equipos que había y de los jugadores que mejor sabían regatear y chutar a puerta.

            Es cierto que muchos de aquellos niños, heridos unos y mutilados otros a causa de los terribles males que involucran una guerra (y más una guerra tan atroz como la Guerra Civil Española), jamás podrían cumplir su sueño de ser futbolistas profesionales. Muchos de ellos habían quedado realmente maltrechos por las bombas y hasta por las balas. Pero, a pesar de esto, el fútbol seguía siendo su tema de conversación favorito. No perdían la alegría que este deporte les brindaba.

            Tras mucho meditar sobre aquello, Alejandro estaba poco menos que conmovido con el estado y la ilusión de aquellos niños. Si existiese una manera de que pudiesen jugar al fútbol. Pero, ¿cómo podían jugar al fútbol sin correr ni patear un balón? Si existiese alguna forma de jugar al fútbol sin tener que moverse mucho. Si existiese alguna forma de jugar al fútbol dentro de la misma habitación del hospital. Y fue allí cuando Alejandro Finisterre, siempre muy inteligente, tuvo la gran idea.

            Solicitó un permiso del hospital para ausentarse un tiempo e ir a la ciudad de Barcelona, que no quedaba muy lejos. En Barcelona, en una vieja ferretería, compró unas barras de metal a un precio muy accesible, además de unas tablas y unas pequeñas piezas de madera. Finisterre también se acordó de un buen amigo que era bastante hábil para los trabajos relacionados con la carpintería. Pidió ayuda a éste, le explicó su idea y, con la ayuda de una pequeña mano de pintura, se había inventado la primera mesa de futbolín.

            Alejandro llevó su nuevo invento al hospital en el que seguía dando clases (aún sin captar mucho del interés de los niños). Y el éxito del juego fue inmediato. Los niños del hospital estaban contentos y fascinados como nunca. Podían jugar al fútbol haciendo girar (y halar y empujar) aquellas barras metálicas que tenían una a los defensas, otra a los centrocampistas, otra al portero y otra a los delanteros, repitiéndose lo mismo en el equipo contrario. Todos podían jugar al futbolín, aún con las heridas, en su cuerpo, de la maldita guerra.

            Alejandro Finisterre quedó más que satisfecho con el resultado que el futbolín, su invento, había tenido entre aquellos niños del hospital en el que se encontraba. Como el hospital quedaba a pocos kilómetros de la hermosa ciudad de Barcelona, Alejandro fue hasta allá con el fin de registrar la patente de su juego. Pero sería poco tiempo el que Alejandro Finisterre permanecería en España. Como había apoyado al bando republicano, el perdedor de la guerra, Alejandro huyó cuando la misma finalizó.

            Su primer destino fue París. Sin embargo, en París no permanecería muchos años. Hubo dos razones que lo impulsaron a «cruzar el charco», como se dice coloquialmente. El primero era la cercanía relativa de París con la España gobernada por Francisco Franco, el vencedor de la guerra. El segundo fue que Alejandro Finisterre se había convertido en un convencido militante de izquierdas. Y como en algunos países de Latinoamérica habían iniciado grandes movimientos de izquierda. Así Alejandro Finisterre se fue hacia allá.

            Alejandro Finisterre llegó a vivir en Guatemala, la nación centroamericana. Aquí se tomó el tiempo para perfeccionar el invento que había realizado, años atrás en aquel hospital cercano a Barcelona: El futbolín. Finistere pudo conseguir barras de acero sueco (un tipo de acero que implica una elaboración especial, que le otorga un poco más de flexibilidad y de resistencia) y buena madera de caoba con la que hacer una mesa de tamaño considerable. Así elaboraría un futbolín que, aunque poseía el mismo sistema que el futbolín primitivo, ahora era más sofisticado.

            Cuando Alejandro Finisterre obtuvo el apoyo de distintos inversores que financiaron su invento para una fabricación a mayores proporciones y en mayores cantidades, comenzó a vender sus futbolines a bares, a centros nocturnos, a salas de recreo para niños y para adultos y hasta a casas particulares. Las ventas de las mesas de futbolín fueron un rotundo éxito. El futbolín llegó incluso a traspasar las fronteras de Guatemala y a ser comercializado en algunos países vecinos.

            Alejandro Finisterre estuvo en una buena época gracias a su invento. El dinero que le era generado por las ventas de las mesas de futbolín le permitía vivir una vida tranquila. Podía escribir poesías y ensayos (que la gran pasión de Alejandro siempre fue la escritura) y seguir cultivando su pensamiento y su militancia izquierdista. De hecho, hay fuentes muy serias que afirman que Finisterre llegó a echar más de una partida de futbolín contra Ernesto «Che» Guevara, uno de los líderes de la lamentable Revolución Cubana y uno de los símbolos de la izquierda mundial.

            Pero los días de gloria de los que gozó Alejandro Finisterre en Guatemala se vieron ensombrecidos, una vez más, por razones políticas, y por razones políticas ligadas a la violencia. Carlos Castillo Armas, coronel, dio un golpe de estado y tomó el poder de manera repentina en la nación centroamericana. Muchos de los amigos izquierdistas de Finisterre huyeron, ya que el nuevo poder, el que estaba comandado por el coronel golpista, tenía grandes tendencias hacia la derecha política.

            Y hubo dos aspectos por los que Alejandro Finisterre, a pesar de que quiso mantenerse un poco al margen de lo que sucedía con el nuevo gobierno, fue observado con ojo muy cauteloso. El primero de ellos estuvo ligado, precisamente, a su invento, el futbolín. Las tragaperras (o tragamonedas), las máquinas de juego, estaban en control del estado (y generaban muchas ganancias para el mismo). Y el futbolín, el invento de Finisterre, les había quitado mucho protagonismo.

            Esto generó mucho recelo en el gobierno, quien mandó a que muchísimas mesas de futbolín fuesen retiradas, sobre todo las que estaban ubicadas en lugares en los que había máquinas tragaperras. El segundo aspecto que no favoreció en nada la estancia de Alejandro Finisterre en medio del nuevo gobierno de Guatemala fue su inmenso bagaje asociado a la izquierda, tanto en España como el Guatemala. El gobierno consideró a Finisterre como una persona realmente peligrosa.

            Como es natural en las dictaduras, tanto de derecha como de izquierda, los disidentes y las personas que no comparten la manera de ver del gobierno son detenidas. Alejandro Finisterre no fue la excepción. De haber sido guatemalteco, quizás lo hubiesen desaparecido. Pero como era español, el gobierno se contentó con la expulsión, con extraditarlo hacia España. Allí no volvería a molestar ni a entrometerse en los asuntos de una Guatemala que observaba cómo su gobierno apretaba los puños.

            Fueron agentes españoles (especie de «delegados» de la dictadura de Franco que vivían y trabajaban en Guatemala) quienes se encargaron de arrestar y esposar a Alejandro Finisterre. En medio de una noche obscura, llevaron a Finisterre hacia el aeropuerto, en donde lo montaron en un avión que lo llevaría de regreso a España. Una vez llegado a España, el plan era que Finisterre, aún arrestado, diera cuenta de todas sus actividades al mismísimo gobierno de Franco.

            Pero fue en ese avión en donde Finisterre, el inventor del futbolín y una persona realmente astuta, realizó una de sus grandes aventuras. Una aventura que pareciese sacada de un libro de acción. Finisterre sabía que, muy probablemente, si regresaba a España, como mínimo terminaría preso o desaparecido. Y Alejandro, un intelectual un tanto bohemio amante de la libertad, no podía permitirlo. Por lo tanto, ideó una estratagema que le permitiese salir airoso de aquel embrollo.

            Alejandro Finisterre, que estaba bien escoltado dentro del avión, solicitó utilizar el lavabo del mismo. En el lavabo no lo vigilarían. Aprovechando esto, utilizó un trozo de papel de aluminio, que cargaba consigo y que posiblemente había encontrado en el mismo avión, y envolvió con éste una pastilla de jabón que allí había. Finisterre envolvió la pastilla de jabón en el papel de aluminio de una forma que pareciese que se trataba de una bomba casera. Y con ésta hizo su amenaza.

            Finisterre salió al pasillo del avión con el «explosivo» en la mano. Dijo que lo haría estallar si no desviaban el avión a otro lugar. Los centinelas estaban incrédulos, no se lo podían creer. Tampoco podían arriesgarse a averiguar si aquel supuesto explosivo era real o era falso. Con toda la frustración del mundo, la tripulación cambió el trayecto y desvió el avión hacia México. En México, Finisterre pudo huir y se refugió allí en calidad de refugiado y perseguido político. Una vez más, Finisterre se salía con la suya.

            No mucha gente conoce este curioso episodio de Alejandro Finisterre con el avión que lo estaba llevando de vuelta a España. Episodio que, probablemente, le salvó la vida (o, por lo menos, la libertad). Siempre conviene, cuando estemos echando una partida al futbolín, echar este cuento a nuestro contrincante. Nuestro contrincante quedará tan fascinado o sorprendido con la historia, que quizás se distraerá un poco. Y allí podremos anotarle un gol desde la media cancha. 😉

 

            Alejandro Finisterre, luego de aquel riesgo que tomó en el avión que lo estaba llevando de regreso a España, que implicó una bomba ficticia hecha con jabón y papel de aluminio, logró aterrizar, sano y salvo, en México. Allí solicitó refugio político, que le fue otorgado. Pasadas unas semanas, y ya con la completa certeza de que su vida ni su libertad corrían peligro, Finisterre se dedicó nuevamente a escribir ensayos y poemas. De todas las cosas, escribir era lo que más le gustaba y le llenaba.

            ¿Y qué había sucedido con el invento que lo había hecho más famoso que su propia poesía, es decir el futbolín? Las ventas de los futbolines habían sido una auténtica quimera para Alejandro Finisterre. Tanto todo lo que implicó su invento, en aquel hospital, como la retirada de las mesas de futbolín que el gobierno guatemalteco había ordenado. Alejandro Finisterre llegó a creer que lo mejor era pasar página. Consideró que el futbolín, a pesar del éxito que había, tenido, ya no sería más rentable. De modo que lo dejó un poco a un lado.

            Pero Finisterre no contaba con una cosa, una cosa de la que se dio cuenta bastantes años después. Luego de la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975, y de la posterior libertad de expresión que corrió en España durante los años siguientes, Alejandro Finisterre por fin pudo regresar (ya sin amenazas) a su país natal. Y fue allí cuando Finisterre observó uno de los vuelcos del destino más curiosos que pudo experimentar. Un vuelco del destino relacionado a su futbolín. Cuando Finisterre regresó a España, en cada bar, o tasca, a la que iba se encontraba con una mesa de futbolín. Si hacemos caso a las estadísticas, éstas nos dicen que, como mínimo, al momento en el que Alejandro Finisterre regresó, España contaba con unas 150.000 mesas de futbolín en todos los confines. Su invento se había convertido en una auténtica fiebre, en una moda realmente popular y querida.

            Curiosamente, a pesar de que, casi cuatro décadas atrás, Alejandro Finisterre había patentado el futbolín en Barcelona, jamás vio las regalías que produjo su juego. De hecho, había quienes ponían en duda que Finisterre fuese el verdadero inventor del juego del futbolín. Pero con el pasar de los años, y en un giro un tanto justo de la historia, Alejandro Finisterre se reconoce, con toda claridad, como el auténtico inventor (y en las circunstancias que ya conocemos) del futbolín.

            Ya hace once años que falleció, ya muy anciano, el intelectual Alejandro Finisterre. Cuando nos adentramos en su vida, descubrimos, como ya hemos explicado en estos artículos que hablan sobre su vida, que hizo muchas otras cosas aparte de inventar el futbolín. No se olvidó de León Felipe, su poeta y amigo que había conocido en sus años de juventud y con el que había fundado un periódico, y dirigió, durante largo tiempo, una fundación con su nombre. Entre otras organizaciones y academias de las que fue miembro, destaca la Real Academia Gallega.

            De hecho, durante los años en los que Alejandro Finisterre vivió en México, organizó, más de una vez, eventos relacionado con las artes, con las letras y con la cultura. Particular importancia tuvo uno de sus homenajes hechos a León Felipe (Cinco años después del fallecimiento del mismo, en 1968). En este evento se dieron cita muchos de los más importantes escritores y pensadores españoles de la época. Muchos de ellos en el exilio por la férrea dictadura franquista.

            A pesar de que, hoy en día, el futbolín no está tan de moda como lo estuvo hace algunas décadas, aún es un juego sumamente querido y sumamente respetado. Indagando un poco en internet, encontramos que existen asociaciones y torneos muy serios de futbolín, algunos de los cuales tienen jugosos premios de varios miles de euros. Además, el juego del futbolín ha sido protagonista de innumerables reportajes, ensayos, documentales y hasta películas de ficción.

            Como no queremos dejar este artículo sin hacer algunas recomendaciones por si alguno de ustedes quiere echarse una buena partida al futbolín, les dejamos un par. En la calle del Prado 13 (Cerca del hermoso paseo del prado), hay un bar que se llama La Galería. Este bar cuenta con buena música de los años ochenta y, además, cuenta con dardos y una buena mesa de futbolín. También en el bowling de Chamartín hay una gran sala que cuenta con máquinas de arcade y una mesa de futbolín (que ésa sí que la he probado personalmente).

            Por último, para quien desee adentrarse de una manera más seria en el emocionante mundo del futbolín, recomendamos la página www.futbolinmadrid.com, que es la página de la Federación Madrileña de futbolín. Aquí pueden encontrar desde los locales en Madrid en los que hay futbolines hasta información muy precisa y detallada acerca de torneos y clases gratuitas para mejorar la técnica (Además de galerías con videos y fotos). Por si fuera poco, esta página está hermanada con federaciones y asociaciones relacionadas al futbolín en el ámbito internacional.

 

Tomás Marín

 

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